Conejos malheridos

Descubrió que algunas líneas empiezan en un sitio preciso, sin saberse dónde terminaron, pese a la certeza de que terminaron. La voz grave del poeta que se abría paso a empujones entre la multitud fervorosa justificaba la fe ciega. El poeta no mentía. Tampoco los conejos. Malheridos. Que inhalaban ideologías, en busca de ese momento de éxtasis quizá ya imposible de recuperar. Como escape de un sistema orgulloso que va pulverizando los afectos. Los conejos que no están seguros de que existe quien los imagina. Pero no por ello menos reales. Precisamente como las ideologías que inhalan gustosos, con la esperanza de tapar otro rato más esas heridas. Que también son fisuras. Invisibles.